miércoles, 6 de agosto de 2014

ANTE LA MUERTE DE UN HIJO
                                                             
Cuánta agonía puede
soportar un corazón
nadie lo sabe.
Cuando se muere un hijo
se abren de par en par
las carnes del alma,
que en un quejido
incontenible
se desgarran.
Llegue a Ti, Dios mío,
tanto dolor
que en alma humana
no cabe.
Y préstale tu infinito valor,
Dios mío, para que,
junto con la del hijo,
su vida no acabe.

No hay mayor convulsión
desde que creaste el mundo de la nada.
Lo que sufrió el universo
lo padece ahora una sola alma.

Cuánto madrugaste,
muerte impía y obscena,
para arrancar la vida
de una carne tan temprana
seduciendo su alma
clara, serena.

Te maldigo, muerte,
si no creyera
que un Dios,
Padre bueno y omnipotente,
ya te arrebató la pena
porque su Hijo,
muriendo en la cruz,
nos salvó de la condena;
y ahora Pedro Goitia descansa
en la paz eterna y verdadera
gozando de la dicha infinita
del Dios Bueno a la diestra.


(6 de octubre de 2006)

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