miércoles, 27 de marzo de 2013


5ª ESTACIÓN: SIMÓN CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ



Entre los soldados y fariseos corría un comentario: Necesitamos que alguien ayude a este hombre si queremos que llegue con vida. Entre la multitud vieron a un hombre alto, fornido, con aspecto de trabajador o campesino y le obligaron a que ayudara a Jesús a llevar la cruz.

Primero, lo hizo de mala gana, a la fuerza. Jesús lo miró con mucha ternura y agradecimiento, y las entrañas se le conmovieron al ver el pésimo estado del ajusticiado. Ayudó a Jesús a llevar el instrumento de su suplicio.

¡Qué suerte la de aquel hombre! Quizá fuera inculto, tosco, duro; pero sin duda, sería un hombre honrado, honesto, con un gran corazón. Aquel gesto de compasión lo inmortalizó, lo introdujo en la historia para siempre. Y si Jesús prometió el paraíso al buen ladrón por unas palabras de arrepentimiento, qué no ofrecería a Simón Cirineo por haber ayudado al mismo Dios a llevar tan pesada carga.

Ahora miramos a aquel hombre con cierta envidia por la oportunidad que se le ofreció en su vida. Pero no pensamos en la cantidad de oportunidades que Dios nos regala y que nosotros desaprovechamos. No seamos nostálgicos sino realistas. Desde que nos levantamos, toda nuestra vida es una gracia continuada de Dios y un motivo de agradecimiento por todas las ocasiones que se nos ofrecen para ayudar a Jesús a llevar su cruz.

¿Acaso no sabemos que cada hermano nuestro es el mismo Cristo en persona? “Todo lo que hagáis al más pequeño de mis hijos, a Mí me lo hacéis”. Jesús no nos dice que es como si se lo hiciéramos a él, sino que se lo hacemos a él.

Una sonrisa, una limosna, unas palabras de consuelo y aliento. Ayudar a alguien a resolver una situación difícil. Acompañar, estar al lado del que esta caído, solo, enfermo. Visitar al preso, al marginado, al que nadie quiere. Informar, socorrer, compartir. Renunciar a comodidades, a bienes, a derechos, a nuestro tiempo. Ponernos a disposición de otros; pero con sinceridad, sin cumplidos hipócritas. Dar y darnos. Dar no sólo de lo que nos sobra, sino de lo necesario. Nos damos cuando damos más importancia a los demás que a nosotros mismos. Cuando nuestro ego no es el centro que rige, gobierna y mueve nuestra vida. Dar y darnos. Sin distinción de personas. Sin esperar recompensa. Ni siquiera esperar que nos lo agradezcan. Dar y darnos. Al pobre, al extranjero, al enfermo, al preso, al desconocido, al que nos causa problemas, al antipático, al ineducado. Dar y darnos. A los que no son como nosotros, a los que no piensan como nosotros, a los que no viven como nosotros. A los que nos ofenden y no nos quieren.





Cuántas veces nos preguntamos, ¿y yo por qué tengo fe y otros no la tienen? ¿Por qué Dios me ha hecho a mí este regalo? ¿Acaso tengo yo más derecho que otros a este don sobrenatural? ¿Por qué yo soy un privilegiado frente a millones de seres humanos que no conocen a Cristo? ¿Es justificable que yo me salve y otros no? Y no vemos explicación a estos interrogantes. La fe es un don gratuito de Dios. La salvación es un regalo de su misericordia infinita. Pero Dios no nos da estos bienes espirituales sólo para nuestro único disfrute personal. Él pone en nuestras manos la fe, el conocimiento y posesión de su gracia, de la Redención para que nosotros la transmitamos y comuniquemos a los demás. La vocación cristiana no es ser pozo o pantano de los dones de Dios; sino acequia, canal. Ser cristiano, tener fe, seguir a Cristo no es sólo un don, una gracia, un privilegio; es, sobre todo, una responsabilidad. Dios nos ha creado para los demás. Nos da la fe y la salvación para los demás. Quiere que seamos luz, sal, levadura para los demás.

También solemos decir con bastante frecuencia: ¿por qué Dios no se manifiesta en una importante plaza de una gran ciudad, a la vista de todos, o se aparece a gente importante, a sabios y poderosos y lo hace a gente humilde, sencilla, inculta? Está claro que los designios de Dios no son los nuestros ni sus caminos nuestros caminos. Jesús lo dejó bien claro al afirmar: “Bendito seas Padre, Señor de cielo y tierra, porque si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos se las has revelado a la gente sencilla (Mat 11,25-26; Luc10, 21). La fuerza de Dios se manifiesta en nuestra debilidad. Ahora, mientras los poderosos, los sabios y letrados, los cumplidores de la ley lo condenan, obstinados en su ceguera, un sencillo y humilde campesino le ayuda a llevar sobre sus hombros la cruz de su suplicio. El mismo Hijo de Dios quiso contar con la colaboración de este hombre en su obra de la Redención del género humano.



6ª ESTACIÓN: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS



El cortejo de los ajusticiados sigue su marcha hacia el Calvario, cuando una mujer fuerte e impetuosa se abre paso entre la gente y, con total decisión, llega hasta Jesús y le ofrece un paño para limpiarse el rostro. Jesús se limpió el sudor y la sangre de la cara y se lo devolvió a la mujer, manifestándole su agradecimiento.

Se oyen gritos de protesta entre los soldados y las autoridades del templo por la intromisión de aquella mujer, mientras ella desaparece y se dirige hacia su casa. Apenas entró, desplegó lienzo o sudario y se encontró con la imagen de la cara ensangrentada de Jesús. No podemos imaginar cuál sería su sorpresa. Se pondría en oración para agradecer a Dios tal privilegio. Qué pronto fue recompensada su buena acción, recibiendo el ciento por uno. Con qué cariño guardaría Verónica aquella reliquia, qué cambio produciría en su vida.

Otro personaje a imitar por nosotros. Ejemplo de decisión, valentía, falta de respeto humano y de miedo a comprometerse con una buena acción. Verónica no piensa en el peligro; no calcula las consecuencias. Obra decididamente, impulsada por un noble motivo, y Dios se lo premia con creces. El comportamiento de esta mujer merece una reflexión por nuestra parte. Puede ser el paradigma de otras situaciones semejantes que se nos pueden presentar. Y un claro ejemplo de cuál debe ser la actuación correcta. Incluso por encima de la ley o de ciertas normas sociales establecidas.

Jesús es un reo, un condenado a muerte. La sentencia proviene del procurador romano, la autoridad competente para ello; pero son las autoridades religiosas judías las que fuerzan a Pilato con sus acusaciones, con su presión a dictar la sentencia. Un judío devoto, practicante estará de acuerdo con la actuación de los sacerdotes y del Sanedrín en el caso de Jesús. Parece que es lo pertinente. Pensemos como católicos qué haríamos si el Papa excomulgara o condenara a uno de sus obispos, teólogos, etc. Lo normal, lo políticamente correcto es ponernos de parte del Papa y sintonizar con su actuación como buena, justa y correcta. Pero Verónica desafía el estatus constituido se pone del lado del reo. Jesús es un condenado de acuerdo con la ley judía, según sus sacerdotes. Un peligro para el pueblo. Un alborotador y sedicioso. Por tanto, debe morir. Pero Verónica se salta todo a la torera. No le importa nada lo que piensen sus sacerdotes o cómo actúe la justicia del momento. Siente lástima por aquel hombre. Se olvida de prejuicios sociales, religiosos, jurídicos. Le importa el hombre, el ser humano desvalido, que sufre, que está solo y abandonado, aunque sea culpable ante la consideración de todos.





El amor debe prevalecer sobre todo. A Dios no le agradan nuestros sacrificios, nuestros ritos o ceremonias si no tenemos misericordia. La ley no salva; sólo el amor infinito de Dios al cual debemos corresponder amándole a Él y a nuestros hermanos.

A los pobres siempre los tendréis con vosotros”, nos dijo Jesús (Jn12,8). A los pobres, a los marginados, a los condenados y encarcelados, a los enfermos, a la escoria humana. Y en ellos está el rostro de Cristo, la persona de Jesús. Esto no quiere decir que defendamos la injusticia, la insumisión a la ley, el desprecio a las normas de convivencia. Condenamos el pecado, pero no al pecador. El perdón, la ternura, la misericordia, la compasión son las virtudes que definen la conducta de Jesús y que deben ser la aspiración de todo cristiano. Verónica actúa como el buen samaritano de la parábola. Nada desprecia más Jesús que la actuación hipócrita de quienes defienden la apariencia externa de buen comportamiento y albergan un corazón corrompido por el odio, el egoísmo o la soberbia. Magdalena, la mujer adultera, el buen ladrón, el publicano de la parábola testifican cómo debe ser nuestra forma de proceder.

Gracias, mujer Verónica, por este sublime ejemplo que nos has dado en una actuación tan sencilla y corriente como es la de limpiar el rostro de una persona que sufre y padece.


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